lunes, 2 de julio de 2012

Quinta Carta a mi hijo Salvador Armando


Es la madrugada del lunes 2 de julio del 2012, hace más de tres semanas que ya pasó la celebración del día del padre en esta parte del planeta. Esta vez no pude sentarme a escribirte la quinta carta por el día del padre que pensaba escribirte. El año pasado me quedé en un hostal de Chiclayo todo el día escribiéndote en una laptop HP que ya no tengo, algún día volveré para conocer la ciudad. 

Un año antes, el 2010, estaba en Buenos Aires, y ni siquiera tenía computadora propia donde sentarme libremente a escribirte. Estaba tan lejos de ti y con tantos meses sin verte, te extrañaba tanto, y me senté en una cabina de internet durante cuatro horas hasta las dos y media de la mañana solo para escribirte. Nunca había estado tan triste de verdad, y sin embargo no pensé que las cosas podían ponerse peor. Nunca creas eso, es un error, las cosas siempre pueden ponerse peor.

La primera carta que te escribí fue en la noche previa al día del padre en el año 2008, me encerré en un cuartito de madera en el cuarto piso del colegio de tu abuelo. Sin nadie a mi lado, solo, rodeado de papeles viejos, polvo e insectos, te escribí la primera carta. Tú no habías cumplido ni tu primer añito. Y sin embargo el tiempo pasa rápido, un año después, creo que frente a la misma computadora pero ahora en una oficina del primer piso, me quedé varias horas escribiéndote. No fue algo que hubiera planeado, simplemente las cosas se dieron de esa manera. Y me pareció que estaba bien que así sea.

Este día del padre vino tu tío Manuel con su esposa y tus dos primas a pasarla con nosotros, celebramos juntos y durante varios días el primer año de tu prima Azucenita, estabas muy contento y te pusiste muy triste cuando se fueron. Te observo jugando con tus primitas, corres y sonríes, tomas a Isazu de la mano, caminan juntos, pero no les dices primas, les dices “hermanitas”. 

¿Ya quieres tener hermanos Salvador Armando? Sí, me respondes. ¿Y quieres un hermanito o una hermanita? Mmm, piensas por unos segundos y luego me dices muy contento: ¡Una hermanita! Me río de tu ocurrencia mientras nos abrazamos, chocamos las palmas, juntamos puñito, luego dedo índice y pulgar arriba. 


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Ya eres un niño con el que se puede conversar, que me llamas por teléfono para decir que quieres venir a visitarme, jugar en la computadora o que te compre en Ripley el nuevo juguete de Spiderman. Supongo que solo repites lo que has visto en algún anuncio de televisión, me quedo pensando que los publicistas están haciendo bien su trabajo, aunque todavía me resisto a meterte en el asqueroso mundo del consumismo.

Un día en tu casa, tu madre me dijo ¿por qué no le compras esos juguetes de Avengers que salen en la tele? Tú estás sentadito junto a mí, observo todos los juguetes que te han regalado mis amigos (o te he comprado yo o tus abuelos o tu madre) desparramados y semidestruidos en una caja y respondo que tienes suficientes juguetes, que lo demás es consumismo basura.

Y tú me respondes tiernamente: “Pero a mí me gusta esa basura, por favor, cómprame”. Y me das risa y nos reímos juntos y tu madre se aleja sabiendo que ni siquiera tengo para comprarte medicinas.

Ya tienes cuatro años y eres un perfecto niño travieso que solo quiere jugar y comer golosinas, y mientras tú corres, yo camino despacito, mientras sonríes y juegas en el patio del cole, me quedo pensativo y tomo asiento y te observo desde lejos. De vez en cuando volteas a mirarme, me regalas una sonrisa, o regresas a abrazarme y darme un beso, luego sigues con tus juegos. 

Cada vez que nos vemos nos saludamos con un abrazo y mientras me agacho y siento tu cuerpecito de ranita René aferrándose a mi cuerpo decadente de hipopótamo, levantas los piececitos pidiendo que te levante como si fueras mi Rey León, como siempre lo hacía cuando estaba sano, ponerte sobre mi cabeza y jugar a que eres Superman y vuelas por los aires.

Yo que siempre he sido el más fuerte de todos mis hermanos, el que hacía las cosas que los demás no podían hacer, el que se subía sin miedo hasta los techos del cuarto piso o trabajaba en la construcción todo el día sin descanso, el que destruía mesas y puertas cuando explotaba de cólera y golpeaba con furia la pared que soportaba la fuerza de mi puño, quedé reducido de un momento a otro a ser un pobre inmóvil tan débil que no podía ni destapar una botella plástica con tapa rosca. 

Caminar despacito te deja pensando. Y pienso en la suma de todos los errores que he cometido, todas las cosas que dejé de hacer, todas las mujeres a las que perdí, todo lo que me ha pasado hasta llegar a este sillón a los 27 años totalmente dependiente de los demás. Con un humor insoportable que recae de vez en cuando sobre mis hermanos por los dolores que todavía me aquejan. Toda mi familia ya está aburrida de mí, soy una promesa que nunca se cumplió, mis amigos ya no vienen a visitar, la mayoría nunca vino, y sin embargo algunos vinieron desde otras ciudades, solo para sentarse y conversar conmigo, nada más puedo hacer, apreciaré eso toda mi vida. 

De ser uno de los alumnos más destacados de mi facultad pasé a ser la burla de muchos conocidos a los que sé que les caigo mal, no me importa, la vida tiene sus compensaciones, también tengo nuevos amigos que no pensé tener, José Carlos y Juan Pablo, por ejemplo, que siguen esperando pacientemente a que me sane para poder hacer una fiesta con parrilla y mucha cerveza en Quirihuac. Son buenos amigos, y sin embargo a veces me duele que personas que han sido tan importantes en mi vida antes, ahora incluso estén felices de que me vaya mal. Nunca le he deseado mal a nadie, sin embargo sé que he hecho daño a personas que me quisieron mucho. 

La vida da vueltas y sé que merezco peores cosas de las que me suceden, pero tal vez desde el egoísmo de algunas personas que me querían ver así, destruido, les incomode que todavía me sonría y siga con mi vida como si no pasara nada. Aunque por dentro sé perfectamente que el verdadero perjudicado con todo lo que me sucede eres tú. Y eso sí me duele.

Ya van muchos meses que tienes un padre débil cuando lo que necesitas es un padre que se tire al piso contigo, te lleve a la piscina y maneje bicicleta delante de ti para que aumentes la velocidad y le pierdas el miedo a caer al suelo, un padre sano que te lleve al colegio temprano por la mañana y te acompañe cuando te enfermas y no al revés.


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La primera vez que me operaron fue el lunes 22 de agosto del año pasado. Un día antes de que me internen fuimos a visitar a mi amigo José Carlos y te prestó un juguete de Sid, el oso perezoso de la Era de Hielo. 

Luego fuimos al Mall Aventura, comimos pie de fresa y tomamos chocolate caliente. En el micro de regreso a tu casa te quedaste profundamente dormido, te llevé alzado en mis brazos las 5 cuadras que separan al paradero de tu casa, me pesabas un montón por más que eres flaquito, llegué a tu casa y tu madre no estaba, te subí hasta tu cuarto y te dejé en tu cama, cuando tu mamá llegó seguías durmiendo, fue la última vez que te alcé. 

Al día siguiente me interné en el hospital Lazarte y luego me operaron. "En dos semanas estarás bien", me dijo el doctor en el que yo confiaba. "En un mes ya podrás seguir con tu vida con normalidad", continuó. Ya pasaron más de nueve meses desde aquella vez.

 La segunda y tercera operación fueron en febrero de este año, ahora en una clínica y de urgencia porque el médico del seguro me “aseguró” todas las veces que fui a chequeo post operatorio que yo estaba bien y no había problema. Esta segunda operación fue más complicada, porque aparte de la infección crónica que iba creciendo dentro de mí, el nuevo doctor confiable detectó unas várices que crecían en mis venas justo a la altura de mi pelvis. 

Me operaron el 14 de febrero, al día siguiente pasé mi cumpleaños en la cama de una clínica a la que nunca te llevaron para que no me veas así. El día anterior, 13 de febrero, cumpleaños de tu abuelo, te llevamos a Otuzco, estabas contento y no te afectó la altura, tu tío Sergio te llevaba en sus hombros cuando cruzábamos el río. Te llevamos a conocer la Virgen de la Puerta y hasta ahora recuerdo que levantaste el puño y la miraste desafiante, fue solo un momento y me dio mucha risa, después seguiste jugando mientras tus abuelitos rezaban, pidiendo tal vez por mi salud.

Tres operaciones en menos de un año, y esta vez medio año de reposo obligatorio. Al menos este doctor parece sincero. Para cuando pueda volver a alzarte en hombros otra vez ya habrá pasado más de un año desde la última vez. 

 Y sin embargo tú eres un hijo comprensivo, desde tu pequeño mundo sabes que de alguna manera yo estoy enfermito y recuperándome. Una vez, en la puerta de tu casa, después de navidad, te me lanzaste sin previo aviso y te sostuve en mis brazos unos segundos: ¡Ya te sanaste! gritaste emocionado. "No, todavía no", te respondí sin aire mientras te dejaba en el suelo. "Ya te sanaste", me dijiste muy contento, y me dejó pensando que nunca antes me habías dicho "Estás enfermo", aunque sí lo sabías. 

Eres un buen hijo, el día de Navidad no pude encontrar el regalo que tanto me pedías. Tenía el dinero, pero el juguete ya se había agotado en la ciudad, y nunca me reprochaste nada. Pasamos Navidad juntos y también Año Nuevo en Quirihuac, te veías muy contento de estar con nosotros. Nunca más me volviste a hablar de aquel Tiranosaurio Rex de ImagiNext que tanto querías porque lo veías en la tele. Hasta que un mes después, tu tía Vicky desde Estados Unidos te mandó tu juguete amado. 

Cuando recogí el paquete de la Agencia de Correos, te llamé y te pregunté si te acordabas del Tiranosaurio Rex, y que vengas a mi casa para dártelo. Te acordabas perfectamente, nunca te olvidaste de tu dinosaurio, y sin embargo tampoco me reclamaste nada ni me hiciste berrinche. Recibiste el regalo que te merecías por ser un buen niño y estabas muy contento.

Y sin embargo, el verdadero regalo que te mereces es tener un padre sano, que pueda abrazarte y levantarte por los aires y saltar y correr y jugar contigo, un padre sano que pueda trabajar y mantenerte y darte todas las comodidades que necesitas en salud, educación y cariño. Esta vez me cuidaré Salvador Armando, iré al doctor a tiempo si es que algún mal me aqueja, tendré una dieta balanceada, dormiré a mis horas, no me importa nada más que volver a sanarme y verte sonreír mientras corro a tu lado o te enseño a jugar básquet. 

Ya en la segunda carta que te escribí te advertía de la fragilidad de la vida. “Tal vez muera mañana”, es una frase que siempre me repito. Estar postrado en una cama no es nuevo para mí, de niño me operaron varias veces, y muchas cicatrices surcan mi cuerpo. Esto no me ha detenido, aprovecho para escribir un libro dedicado completamente a ti y que no tiene ninguna relación con nada de lo que he escrito anteriormente. 

Lo malo es estar postrado en una cama y tener a un hijo de cuatro años tan hermoso como tú que me llama y me pide que lo saque al mundo y lo acompañe porque se muere de ganas de correr y ser feliz. No te preocupes hijo de mi vida, ya pronto me levantaré.