viernes, 28 de junio de 2013

Segundo Post (La vida sigue).

Solo espero comprensión por la demora, este es un texto bastante parchado, comenzado a escribir y dejado a medias demasiadas veces. Espero no se noten los parches ni los baches. Gracias a todos los amigos del twitter también por sus innumerables tuits. Ahora sí, el segundo post.

Vamos a enfrentar el cáncer con lo que más le duele: Una sonrisa… Y sin embargo me sentía triste. Estaba sentado en la salita de espera donde acabó el post anterior, rodeado de mi familia y amigos, incluso mi hijito Salvador nos acompañó un rato. Me senté en la banquita, supongo que mi hermano Sergio me vio un poco ido, se me acercó pensando que ya no me quedaban siete meses de vida sino por lo menos un par de años, y me dijo en código de broma: Míralo por el lado amable, al menos ahora vas a poder ver a Salvador graduarse del Nivel Inicial. Jajaja cuánto me reí, no lo había visto nunca de ese modo, maldito Sergio, bendito maldito, creo que fue uno de los pocos que entendió que lo que necesito es que me hagan reír.

Pero el asunto era serio. Y en verdad no sabía lo que estaba por venir. Siempre me gustaron las aventuras, de alguna manera siempre quise poner mi vida en riesgo. Aunque después del nacimiento de mi hijo las cosas cambiaron mucho, mi vida ya no me pertenecía solo a mí, si algo me pasaba, el más perjudicado sería él, o eso era lo que yo creía. Retrocedí mucho, dejé de salir, me encerré bastante en mi pequeña burbuja de seguridad familiar. Me encerré en mi cueva. La responsabilidad exigía sacrificios. Es verdad, me seguían invitando a fiestas y embotellamientos a los que declinaba amablemente, así como a marchas y manifestaciones. Me sentía más seguro protestando frente a mi computadora. Cuando escuchaba un balazo ya no asomaba mi cabezota por la ventana para ver qué pasó. Me sentía mal.

Desde joven siempre quise ser parte de una gran batalla. Dar honor a mi nombre de guerrero griego. De alguna manera siempre quise que un desastre pasara, un terremoto, una inundación, un mega fenómeno del niño que arrase con todo, un gran accidente de tránsito, o por qué no, aéreo. Por supuesto en mis desvaríos yo siempre sobrevivía para contarlo. Estás medio tronado tú, ¿verdad? Me dijo alguna vez una amiga. Con los años me di cuenta que era mi alma de cronista la que se moría por vivir grandes historias. Alguna vez pensé en presentarme como correponsal de guerra. Nunca pensé que la guerra la libraría yo contra mí mismo. Porque eso es el cáncer, son nuevas células que tú mismo creas.

Es cierto que por etapas en mi vida he tenido tendencias autodestructivas, pero nada me preparó para enfrentarme al cáncer, a este tipo de cáncer que mi propio cuerpo ha construido, tan raro, agresivo y que preocupa tanto a mis doctores, sobre todo a mi cirujano. Imposible operarte, me dijo con todo el cariño del mundo, son muchos tumores alojados de manera libre en la cavidad abdominal, algunas se han pegado a las paredes del estómago, los intestinos, el bazo… morirías desangrado.

La guerra va a durar varios meses, o tal vez hasta que muera. Un día apareció un artículo de Angelina Jolie que hablaba sobre el cáncer pero el inicio me destruyó. “My mother fought cancer for almost a decade and died at 56”. No pude leer más, no puedo. “Mi madre luchó con el cáncer por casi un década y murió a los 56”. ¿Será así la historia que cuente mi hijo acerca de mí? ¿Ese será el único recuerdo que le dejaré? Hubo un comentario que dejó mi primer post que no me ha dejado dormir tranquilo, es de una chica de mi facultad que nunca conocí:

Alejandra Chauca Abriles: “No te conozco la verdad, habrémonos cruzado un par de veces entre clase y clase, y mis compañeros comentaban de ti, así que puedo decir que sé de ti por boca de otros. Te leeré siempre, estaré pendiente de ti y apoyo tu lucha por la vida. Quiero entender, y ya voy entendiendo muchas cosas con lo que has escrito en tu primer post. Me invita a conocer la realidad de su lucha, sus sentimientos y pensamientos, de ambos por igual. A mi padre le detectaron cáncer a los pocos días de yo nacer, le dieron un año y vivió más de cuatro. Tenía también tus mismas ganas de vivir, de ver crecer a su hija, de verme realizada. Cuatro años fueron suficientes para marcar en mí su amor por la vida y la lucha por sus sueños, y fueron suficientes también para recordar lo esencial, su voz, su fuerza, su mirada, su espíritu. Mas él vive hasta hoy a través de mí. Eso siento yo. Leer tu post ha sido como retroceder en el tiempo y mirar en tercera persona todo lo que vivió, luchó y sufrió con el cáncer y me ha ayudado a entenderlo mucho y a saber que con cada detalle él está presente. Tu escritura se convirtió en uno más de esos tantos detalles que él me muestra cada día de mi vida. Lucha con mucha fuerza, con mucho amor que recibes de cada uno, y sé feliz pues eres ya afortunado: Dios te ha hecho entender lo más valioso de la vida antes que todos nosotros”.

No sé cuántos años más viviré, cuánto tiempo “lucharé con el cáncer”, supongo que la lucha acaba con mi muerte. “El tumor te mata, pero muere contigo, y no siempre te mata, a veces te despierta. Una bomba hace más daño que una caricia, pero por cada bomba hay millones de caricias que construyen LA VIDA”. Este hermoso pensamiento es de Facundo Cabral, lo escuchaba cuando tenía quince en un viejo cassette que hace poco volví a encontrar, mi madre lo seguía guardando después de tantos años, pero esta frase siempre quedó en mi mente.

La vida sigue.

Comencé a escribir este texto una noche amarga hace varias semanas, hoy me he levantado con la firme decisión de terminarlo y publicarlo, ¿cómo voy a pretender tener un blog sobre mi vida y el cáncer si nunca lo actualizo?

Hace unos días comenzaron unos trabajos de reparación en el primer piso del edifico donde vivo, el sonido del taladro retumbaba en mi cuarto como si estuvieran taladrandro sobre mi techo, mi cabeza explotaba. El hermoso mini departamento en el que vivo y me desvivo y lucho por vivir cada día se convirtió en un infierno. Recordé que en el campo, a media hora de la ciudad de Trujillo, también tenemos un lugar donde llegar a dormir, aunque  bastante descuidado, decidí que era tiempo de visitarlo.

Siempre me encantó el campo, cuando éramos niños y vivíamos en Lima mi padre nos llevaba al río todos los domingos. Lejos de la ciudad el mundo era un bonito paisaje. A los veinte años, me gustaba mucho ir a Quirihuac, a Simbal, luego conocimos a unos amigos que tenían su chacra junto a Quirihuac y a unos docientos metros del río. Era mi paraíso feliz. La primera vez que fui a quedarme un fin de semana completo escribí una crónica para un curso de periodismo en la universidad. Fue la primera crónica que he escrito en mi vida, y uno de los primeros textos que publiqué en este blog hace ya siete años. Luego se me hizo costumbre pasar los fines de semana allá, dormir en la chacra, al aire libre, pasear en bicicleta, por entre las asequias, alumbrados por la luna, atesoro muchos hermosos recuerdos.

Ahora tenemos una casita en Quirihuac, junto a la carretera, a la que curiosamente casi nunca vamos. Después de mucho tiempo me reencontré con el campo, la carretera surcando las chacras de caña de azúcar. Estábamos mi padre, mi madre y yo, nadie más, solo los tres en el pequeño carro de mi padre. Me endulcé con el olor del bagazo de la caña de azúcar. Mi padre nos llevó hasta el río. Pude contemplar el río, aquellas aguas que nunca serán las mismas. Al atardecer compramos pan dulce, el cual comimos junto a un caldo de gallina a lado de la carretera. Luego comimos gallina guisada. La preparación del arroz y el frejol, el sabor era tan distinto, tan rico y natural. Me sentía bien de comer a gusto después de tantos días amargos de comer y vomitar por los estragos de la quimio. En la noche pude apagar el foco del patio y contemplar extasiado las estrellas, las mismas estrellas que contemplaban los griegos. Por la mañana nos despertamos temprano, un amanecer frío pero refrescante. Dos pajaritos comenzaron a toquetear el vidrio de la ventana junto a mi cama. El hermoso sonido de la naturaleza, solo interrumpido de vez en cuando por el de algún camión o carro que va surcando la carretera. Luego nos fuimos a desayunar al mismo restaurante junto a la carretera donde tomamos caldo el día anterior. Esta vez pedí caldo de carnero, me lo tomé completito. Luego comí dos huevos pasados, acompañados del pan preparado en casa. El olor de la mañana lo inundaba todo y yo me encontraba comiendo feliz después de tantos días de debilidad. Luego salió el sol a calentar nuestros rostros. Regresamos a la casa, descansé un par de horas. Tuve la dicha de comer una limas recién sacadas del árbol. Cosechar paltas de mi propio árbol. Animado por el amarillo caliente del sol,  tomé un baño con agua del subsuelo, agua que extraemos de un pozo gracias a un motor que la sube a un tanque que tenemos en el techo. Salí al sol. A sentarme junto a la carretera en una perezosa a conversar con los amigos, recibir un poco de sol. Pude darme el lujo de quitarme las sandalias y pisar con mis pies la tierra, la chacra, la misma tierra que pisaron mis ancestros. Recordé el paraíso que visitaba cuando tenía 20 años y todo era una aventura. Ahora todo lo contemplo sentado en esta perezosa junto a la carretera. A lado del camino mientras todo pasa. Pero no hay penas ni reproche. Aquí fui feliz.

Por la tarde regresamos a la ciudad, con mi madre y mi enamorada tomamos un taxi que nos llevó hasta el balneario de Buenos Aires por el puro placer de ver el mar, sentir la brisa marina golpeándonos la cara, escuchar el romper de las olas y contemplar el infinito. Siempre me ha encantado esto de Trujillo: tener el mar tan cerca, y también tan cerca el río. Luego fuimos al centro de la ciudad para hacer algunas compras. Tiene su encanto caminar despacio por las veredas de una ciudad en la que todos caminan apurados. Terminamos el día en un salón de té con humitas, tamales, chocolate caliente, sánguches de pavos y leche con café. No se preocupen, yo solo tomé una limonada y comí un poco de pavo. Tengo que cuidarme bastante todavía. Ya he pasado varias veces por quimioterapia y sobre todo por los estragos de los días que le siguen a la quimioterapia que siempre son distintos pero igual de jodidos. He pasado por muchas cosas que prefiero ni mencionar, no viene al caso.

“Gracias quiero dar al divino Laberinto de los efectos y de las causas
Por la diversidad de las criaturas que forman este singular universo,
Por la razón, que no cesará de soñar con un plano del laberinto,
Por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises,
Por el amor, que nos deja ver a los otros como los ve la divinidad…”

Ese es el inicio de un poema de Borges que todos deberíamos leer, pero yo no soy Borges, soy solo un lector, pero hay muchas cosas y coincidencias que quiero agradecer.

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Siempre quise ser testigo de una guerra, no ser el protagonista, mucho menos el malo y el bueno al mismo tiempo. Lo más importante que uno debe saber de una guerra, es que uno nunca combate solo. Mi tocayo Aquiles, aquel héroe griego, el mirmidón, tenía ejércitos que combatían junto a él. Yo también tengo un ejército, y muchos factores a mi favor. Siempre he pensado que soy un solitario, un antisocial, pero ahora resulta que hay mucha gente que me quiere, muchas personas que de alguna forma, me estiman, muchos amigos que no veo hace miles de años, pero me recuerdan y me siguen queriendo a través de la distancia, pero sobre todo, hay personas que me están ayudando a enfrentarme con esta guerra contra mi propio cuerpo decadente, y no solo con sonrisas. No me engaño, sé que hay gente que le encantaría verme destruído, deprimido, sufriendo, o gente que cree que si quiero vivir, “todo depende de mí”. A esos simplemente no pienso darles gusto. Voy a dar lucha, soy un guerrero, prefiero morir de pie que vivir de rodillas.

Las personas que están más cerca, que son testigos de los peores momentos son mi madre, mi enamorada y mi hermano Sergio. Mi padre es el gran abastecedor, nada me falta gracias a él, es el todopoderoso. Ellos son los comandantes de mi ejército, un ejército que cada día sigue creciendo y que está conformado en mayor parte por mi familia y amigos. Mis familiares y vecinos que se reúnen todos los miércoles para rezar por mi salud, (tíos y tías que antes veía una sola vez al año en el cumpleaños de mi abuelita y ahora vienen a visitarme siempre, y yo nunca los visité cuando ellos pasaron por cosas malas). Los amigos que nos regalan cuyes, nos regalan frutas, me mandan comida, me mandan mensajitos por facebook, me mandan regalos, mi amiga Vicky que siempre me llama desde Estados Unidos, aunque la mayor parte de las veces le respondan que estoy descansando, que no puedo atender el teléfono. Mi prima Selmi y toda la hermosa familia Cruz Ulloa de oran por mí, me visitan, y hasta me traen grupo musical a mi casa, un día llegaron los hijos de mi primo Ruben con su esposa, armados de una guitarra, un órgano, una pandereta y un violín. El doctor Urcia que hizo todo lo posible por encontrar un diagnóstico para mi problema en tiempo récord para un hospital público. Mi amigo Hanny, que desde Japón se ha ofrecido a apoyarme a cumplir un sueño que tengo desde niño, aprender a tocar órgano. Pero lo que más me gustaron fueron sus palabras: No hay nada que agradecer loco, las cosas de corazón no tienen forma de agradecimiento, y yo lo hago con el corazón en la mano. A darle la lucha, carajo, como lo guerrero que sos. Se nota tu corazón de bondad, en mí tienes un amigo. Confía, ten fe, que la fe no es solo de religiones. Todo saldrá bien. Lo poco que te traté o leí muchas veces, en tus palabras por Facebook o cosas así, reflejas un alma hermosa, como la que tienes. Fuerzas loco, que el fin del ser humano no es la muerte como todos algún día llegaremos. Hay mucho más allá de eso. Quiero verte eh, nos veremos cuando tenga que ser.

Muchos amigos desde otros países me han escrito cosas muy hermosas, una profesora que conocí en Brasil me ha estado mandando hierbas anticancerígenas desde México. Todas las personas que desde alguna parte del mundo rezan por mí. El padre de la parroquia que está cerca a mi casa con el que ayer mismo estuve conversando por casi tres horas y ha prometido rezar mucho por mí y visitarme siempre, recién ayer lo conocí, es un Padre nuevo en el distrito y muy joven. Muchos amigos en Trujillo y Lima me escriben, incluso algunos me visitan y me hacen sentir importante. Diego Baca y José Carlos que siempre me alegran con su conversación.  Ítalo, el amigo de Sergio y amigo de todos nosotros que nunca pierde la sonrisa, solo cuando se queda dormido en el sofá. Mis profes de la universidad están interesados en apoyarme a publicar mi libro de ciencia ficción sea como sea.  Son innumerables las muestras de afecto que he recibido estos meses, y estoy muy agradecido. Parece que fui un buen tipo.

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Este es mi ejército, estas son las personas a las que debo agradecer cada día más de vida, cada año más de lucha. Nunca he pensado que el futuro esté escrito pero es obvio que yo no estoy en sus planes. Hay otra persona más que también me está apoyando, es más bien un querubín inocente que me ilumina con su sonrisa. Sí, es mi pequeño hijo Salvador Armando. Acabo de consultar la palabra querubín con wikipedia para verificar si no estoy cometiendo alguna ofensa, y la wikipedia me responde que los querubines son considerados los guardianes de la gloria de Dios.

Es en Salvador en quien pensaba en mis peores delirios de fiebre y soledad en las noches más incómodas internado en el hospital Lazarte, era su nombre el que repetía constantemente entre susurros ya que como agnóstico carezco por completo de alguna oración que alivie mi alma. Y sin embargo la aliviaste por completo una noche que te quedaste a dormir en mi casa y me acosté cansado totalmente débil pensando que caería dormido en cualquier segundo y apareciste en mi habitación de repente solo para darme un beso en la frente que nunca antes me habías dado. Solo mi padre me ha besado un par de veces en la frente en los momentos de más tristeza y orgullo. Y uno de esos momentos fue cuando le dije que iba a ser abuelo.

Todo mi ejército tiene fe en mi salvación. O eso es lo que me dicen, o lo que creen que quiero escuchar. Ellos me apoyan desinteresadamente. Me ayudan a que cada día de vida sea un poco más llevadero. Y sin embargo la peor de las batallas es la que se lucha en mi interior. Sigo siendo yo mismo mi peor y más peligroso enemigo. Mi carácter de mierda que explota ante cualquier contrariedad nimia, que hace que grite y trate mal a las personas que me rodean. Tengo la gran suerte de tener un ejército numeroso que me está ayudando a salvarme de mí mismo. A destruir lo peor que hay en mí y que siga viviendo de mí solo lo mejor. Sin embargo, me sigo saboteando, me sigo enojando todos los días a veces en silencio, a veces explotando. No estoy deprimido, no es la tristeza la que me ganará. Pero creo que dentro de mí hay mucha ira almacenada. Mucha rabia que me puede destruir más antes que después. Aunque yo no lo quiera.