sábado, 4 de abril de 2009

Heladero de día

La vida es un malentendido y en algunos casos una tragedia que se complica cuando hay dinero de por medio. Esta es la historia de un heladero sin poder y un cronista incapaz de entender la extraña forma en que la justicia –la humana–resuelve los dislates de la vida.

Aquiles Cabrera


Él era un peruano común, casi se podría decir que una buena persona, o tal vez, por su facha (la de un peruano común), un simple delincuente, total, nunca se sabe. Pasaba por mi casa todos los días. Siempre fue amable conmigo. “¿Algún heladito, joven?” “Sí, dame uno de 50 céntimos que parezca de sol”. Otras veces me invitaba helados a cambio de unas cuantas palabras, pequeñas compañías de un par de solitarios bajo el sol.

Lamento ahora no poder recordar ni su nombre. Nomás recuerdo que tenía un par de hijas que cuidaba solo, por las que trabajaba. Este señor aparte de ser heladero en el día, cuidaba una tienda por las noches. Era guardián. Una de aquellas noches de guardianía, salió de su casa en dirección al trabajo y de pronto: una batida. Policías lo detuvieron, él se puso nervioso porque ocultaba una pistola y no tenía permiso para portarla.

Este tipo de casos es muy común, y se resuelven de una forma muy sencilla con los policías, te piden una coima (lujo que los helados de nuestro amigo heladero no pudieron cubrir) o se quedan con la pistola (lujo que nuestro amigo “guachimán” no quería aceptar puesto que era su única fuente de dinero en las noches).

Entonces mi amigo se puso más nervioso cuando descubrieron el revólver. Luchó con todas sus fuerzas por que no le quiten el arma de fuego. Como estaba cerca de su casa, salieron vecinos a defenderlo, “Ese hombre es honrado, por qué no se meten con verdaderos rateros”. Los policías -simples seres humanos al fin y al cabo- se enojaron y lo llevaron a su comisaría. Una vez allí, lo golpearon cuanto quisieron, lo trataron peor que a un trapo -no tenía dinero para comprarse padrinos- lo humillaron, lo rebajaron totalmente, “A ver pe, ahora que salgan tus vecinos a defenderte”.

Al darse cuenta de que ya se les estaba pasando la mano, lo mandaron a una clínica, pero -como creo que ya ha quedado bien claro, mi amigo el heladero, un simple peruano más de a pie, no tenía plata- en la clínica solo le limpiaron las heridas (las exteriores, porque las hemorragias internas se las pasaron por las bolas que cuelgas en tu árbol de navidad cada diciembre) y lo mandaron a su casa.

Él ya había perdido su trabajo nocturno, los dueños de la tienda no querían problemas, “Mírate como estás, anda descansa. Además, ya te quitaron la pistola, ¿cómo vas a responder si entran a robar?”

A la mañana siguiente apareció un abogado en su casa, un tipo formal, frío, práctico y calculador. El heladero había sido fichado y tenía un juicio pendiente por posesión ilícita de armas. El abogado le ofreció defenderlo para que no lo metan preso, por supuesto que su trabajo no era gratuito. "Tengo contactos adentro que te pueden proteger". Le recomendó que siga vendiendo sus helados y que además consiga dinero como sea, "Lo necesitarás".

Pasaron dos semanas sin que aparezca con su carretilla a vender helados por mi casa. Cuando lo volví a ver no pude reconocerlo, ya había perdido la sonrisa, el trato amable, estaba muy magullado y notablemente mal. Allí me contó sus problemas, no hilaba bien las ideas, por ratos parecía un niño desconsolado, su ojo izquierdo no alcanzaba a ver a ninguna parte, se quejaba de profundos dolores en la espalda y se sentía avergonzado pero necesitaba el dinero. Ofrecí ayudarlo, hacerle alguna entrevista, llevarla a los periódicos, algo que pueda servir, una pequeña colecta, una pollada. “Gracias joven, consultaré con el abogado”, “Tenga cuidado con esos señores”. “Lo tendré”, me dijo.

A los pocos días lo procesaron, no había logrado reunir la plata que hacía falta para defenderse, los policías se enteraron de que tenía un hermano en el extranjero, intentaron ubicarlo y así pedirle dinero para proteger a su hermano en la cárcel. Al parecer no lo lograron. Volvieron a pegarle en un calabozo, por antipático, por sonso, por no tener familia, por no ser un verdadero ladrón que se respete, por ser patético y por ser pobre, es decir, por ser peruano.

Hace unas semanas me contaron que el heladero falleció. Que ya había fallecido hace unos meses. Dicen que las hemorragias internas estaban muy avanzadas, yo pienso que simplemente ya no podía seguir viviendo en esta sociedad de mierda. Polaquito de 37 años.

.
PD. Una vez fui a una comisaría como testigo menor en un caso de asesinato. Un cuerpo apareció tirado a espaldas de mi casa. Como me bromeé tan bien con los policías, antes de irme, el más viejo se me acercó y dándome su número de celular, me dijo: “Muchas gracias joven, cuando necesite alguna ayudita, llámeme nomás, desde cualquier venganza hasta una bajada de reyes (aborto al paso), para servirlo.” Y yo, con mi estúpida sonrisa inútil, le contesté “Gracias jefe, nunca se sabe”.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

COMENTARIOS