sábado, 4 de abril de 2009

Los últimos vaqueros de Lima


En un fortín del centro de Lima, entre miles de revistas y libros amarillentos, los nostálgicos del western pueden rememorar por unos cuantos centavos las míticas peleas entre indios y vaqueros. El lejano Oeste está vivo, al menos en la imaginación de esos utópicos trasnochados.


Díatreinta
Antolín Prieto

Un vaquero, idéntico a Charles Bronson, mira de soslayo mientras otros dos, montados a caballo, disparan. Una mujer, látigo en mano, arremete contra un forajido que osó meterse a su alcoba. Un cuatrero empuña su revólver y apunta sin hesitar, más de uno juraría que se trata de Lee Van Cliff. Estas imágenes no tendrían nada de raro si fueran parte de algún western trasnochado, sin embargo las encontramos en pleno centro de Lima.

Escondida entre el Parque Universitario y la populosa Avenida Abancay se encuentra la primera cuadra del Jirón Cotabambas, es una calle desierta. Un lustrabotas en la esquina y tres arbustos a media acera son los únicos que reciben a los transeúntes; dos pares de locales abren discretamente sus puertas. Tras ellas, los vaqueros esperan por los parroquianos junto a seres espaciales, mujeres enamoradas y gángsters. Es el mundo de los bolsilibros baratos, de portadas efectistas y títulos excéntricos: Espíritus pendencieros, La dama del látigo, El último maldito.

Su nombre era la ley

Los títulos corresponden a distintas series. En el caso de las “coboyadas”, las del oeste, a la Colección Estefanía, apellido del autor Marcial Lafuente Estefanía. Escritor prolífico; espetaba una obra cada semana, convirtiéndose en una de las estrellas de Editorial Bruguera. En los 60, en pleno auge de los bolsilibros, el tiraje llegó a las 100,000 unidades por historia. Sólo le hacía competencia desde la novela rosa, otra desbocada de las letras: Corín Tellado.

Fallecido en 1984, dos hijos y un nieto han seguido con la incansable producción, llegando a contar, a la fecha, con más de 3,000 historias en su haber. Todas con hombres de unos seis pies de alto, con mujeres de vida alegre, y disparos a quemarropa; todas con lugares comunes que antes que clichés se convierten en sello de autoría.

Por un puñado de soles

Al traspasar las puertas de los locales se respira un olor a papel usado, al contrario que en los pasajes de Quilca, donde parece que los hongos son los únicos lectores de los libros, aquí los textos sudan del desgaste de sus hojas y tienen los lomos cuarteados de tanto trajín. Cada ejemplar no llega a las 100 páginas, pero fácilmente superan ese número de lecturas.

“Los nuevos están 3.50”, anuncia Adelina Agüero, quien junto a su hijo regenta uno de los locales, uno de vitrinas ordenadas. “Si lo terminas de leer, y lo traes igualito, te lo cambio por otro; si está maltratado te lo cambio por uno de estos”, y señala una ruma con libros de esquinas romas y papel amarillento. El recambio costará cincuenta céntimos. Su clientela son, en su mayoría, hombres sobre los 50 años, muchos de ellos jubilados, que llevan sus ejemplares por docenas, siempre buscando la novedad –que traen de España- o algún número que no vayan a repetir. “Vienen con sus listas alfabéticas. Ven Centinelas, buscan en la C, si ya lo han leído no se lo llevan; se pasan toda la tarde buscando”, agrega Carlos, el hijo de Adelina.

En otro puesto, atiborrado de toda clase de revistas -bolsilibros, cómics y pornos-, suena despacio La Inolvidable; ocho sillas de plástico están dispuestas mirando hacia una pared, pero ahí no hay un televisor, solo más libros del oeste. Por treinta céntimos, el lector puede hacer uso del espacio –para leer o dormir-, seleccionando su revista del día. “Hasta que acabes o cerremos”, sentencia el muchacho que atiende. Los hombres de la sala tienen la vista enterrada en su texto, la camisa gastada, alguno el bigote raleado. Se entiende que su juventud ha pasado hace varios lustros. “Vienen a recordar los westerns que se veían antes”, comentó Adelina en su tienda.

El crepúsculo de los vaqueros

En los 70, los bolsilibros entablaron duelo con otros divertimentos más modernos. Perdieron espacio frente a la televisión y la radio, pero supieron mantener adeptos entre los que se fascinaron con las historias del far west desde pequeños. Hoy incluso vienen desde provincias a llevarse las novelas por cajas.

En la primera cuadra de Cotabambas no se dispara una sola bala, solo la imaginación de los amantes del western, quienes se han parapetado, cual si fuera El Álamo, ese mítico fortín final contra los indios, en estas bibliotecas del oeste, en su último reducto.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

COMENTARIOS