sábado, 4 de abril de 2009

Chica Facebook

¿Nació Facebook para hacerle más llevadera la vida a los solitarios? Tal vez. En esta red social los amantes pueden besarse sin rozar labios, los amigos que no se ven pueden dejarse mensajes sobre muros inexistentes y hasta los antisociales hacer migas con otros de su especie. Bienvenidos, al jardín de los senderos que se bifurcan.


Díatreinta
Andrea Fernández Callegari


La primera invitación que recibí de Facebook llegó desde Holanda. Era de Natalie, una amiga que se mudó con su familia a las frías tierras neerlandesas cuando éramos niñas. Me explicó que, si me unía a la página, sería mucho más fácil estar en contacto. El mundo se integraba a esta novísima red social, mientras que aquí permanecíamos fieles a una que ahora está en decadencia. Por entonces, había decidido usar sólo el Hi5 para evitar mayores consecuencias – cantidades industriales de spam y publicidad – de las que me había traído la membresía de Bebo, Zebo, Sonico; cada cual con un nombre más estrafalario.

Como era lógico, la invitación de Natalie no fue la primera ni la última. Pronto empezaron a invadir mi bandeja de entrada. Una vocecita resonaba en mi cabeza: únete, únete, únete. Y es que Hi5 iba perdiendo todo rastro de su glorioso pasado. Reconsideré la idea de unirme a la página del logo azul y blanco. Durante ese momento de vacilación, frente a la pantalla, recordé cómo este predecesor del Facebook había tenido tanta acogida en mi generación sin nombre.

En la era teen, vestíamos un mustio uniforme con corbata, escuchábamos soñolientos a Carlos Galdós mientras nos alistábamos para ir al colegio, llevábamos – muy bien camuflados – los Nokia 3320, que compramos con la ilusión de libertad que publicitaba una desaparecida empresa de celulares. Las edulcoradas voces del pop y las chillonas del punk tronaban en la radio, mientras chateábamos en un Messenger prehistórico y descubríamos las bondades del Hi5.

El tiempo y esta página se encargarían de traerme más sinsabores que alegrías. Por un lado, conocí a un puñado de buenos amigos; por otro, a un chico que me llevó de la mano a una relación destinada al fracaso. Y como si no fuera suficiente, empezaron a llover comentarios cursis de sujetos desesperados. Entre ellos, el mensaje colectivo de un arquitecto cuarentón “sólo para chicas lindas”, cómo él mismo se encargó de clasificar. Ofrecía, entre otras cosas, un departamento nuevo y un sueldo mensual para la “afortunada”. ¿No hubiera sido más fácil que lo publicara en los clasificados?

Lo del arquitecto fue la gota que derramó el vaso. En estas páginas sociales, ¿dónde comienza y dónde termina la delgada línea que divide lo privado y lo público? Simplemente no existe. Estaba convencida de esta idea, pero por otros lares, escuchaba que Facebook era “diferente”: un diseño simple y moderno, miles de aplicaciones novedosas y únicas, millones de felices usuarios. Con sólo dar un click y teclear mi nombre, ya estaba dentro de una comunidad en la que, como en los casinos, se pierde la noción del tiempo.

Online

Mark Zuckerberg nunca imaginó que la web que había creado a los 20 años, con la idea de integrar a los estudiantes de Harvard como él, traspasaría los límites virtuales que había establecido en un principio. Facebook, que debe su nombre al boletín que circula entre los alumnos de primer año, tuvo una gran acogida, quizá porque era un respiro dentro de la rígida formalidad y la intensa rutina de estudios propios de la vida en el campus de Boston. Hoy, es también el escape de 175 millones de personas.

Esta plataforma virtual se encuentra sólo a un click de distancia; para los más modernos, a un toque desde sus Iphone o Blackberry. Podemos besarnos sin rozar labios, escribir lo que pensamos sobre muros inexistentes, sembrar árboles y flores dibujadas, jugar como cuando éramos niños. En Facebook siempre habrá algo que hacer. Lo más esperado: los álbumes con cientos de fotos del fin de semana, los vídeos amateur de menos de un minuto, las nuevas parejas y las que ya no volverán. Además, las invitaciones a los eventos que, como una suerte de RSVP, pueden ser desde un multitudinario rave en Mamacona hasta el sorpresivo baby shower de una compañera del colegio.

A pesar del éxito rotundo de Facebook, últimamente ha surgido un debate acerca de cuán segura es la página. Si nuestras publicaciones podrían convertirse, por ejemplo, en un arma de doble filo. Ese fue el caso de Kimberley Swann, una adolescente británica que fue despedida de su trabajo en la compañía Marketing & Logistics por haber escrito en su perfil que “le aburría”. Kimberley nunca mencionó el nombre de la empresa ni dio mayores detalles. Otro fue el de Jon Favreau quien, a pocas horas de haber subido una foto donde aparecía tocándole el busto a una silueta de Hillary Clinton, se enteró que había sido nombrado director de discursos de la Casa Blanca. Se vio obligado a pedir disculpas públicas.

Offline

Definitivamente Facebook, así como Hi5 y otras menos célebres páginas sociales, son la mejor prueba de que nadie quiere estar solo. Basta con mirar los cientos de amigos que tenemos en nuestra página, que a su vez tienen a sus amigos, y así la cadena amical es de nunca acabar. O cuando nos dejan comentarios en las fotos y nos dicen lo lindos (o fatales) que hemos salido. Porque somos miembros al unirnos a los grupos y a las páginas. Usuarios iguales dentro de esta democracia virtual.

¿Si yo hago lo mismo? Claro que sí. Durante las vacaciones he navegado por una página que me ha dado tantas horas de distracción y relajamiento. Pero todo tiene su final. Tiempo es lo que menos sobra y, ahora, Facebook ha sido relegado a un segundo plano en mi horario.

Un momento. Creo que ha llegado un nuevo correo. Sí, han escrito en mi muro. Voy a entrar. Por última vez.


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