martes, 25 de diciembre de 2007

Modesto Aporte Navideño

Por Guillermo Giacosa

No caeré en los lugares comunes relativos a la Navidad, no por ser original, nunca me importó serlo sino, simplemente, porque se trata de palabras, en el 90% de los casos, absolutamente vacías, y pocas veces expresan las emociones reales que experimentan quienes las pronuncian. Nada pues, entonces, de Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo.Tampoco criticaré, como otros años, la jungla eléctrica que se dispone para estas fiestas y que gasta energía que otros no tienen. Menos aún las tradicionales comilonas o comiditas, según la situación económica, que reunirá a la mayoría de la población en torno a la mesa familiar. Es un derecho adquirido en torno a una tradición a la que todo pueblo, en general, o ser humano, en particular, tiene total derecho. Menos diré que, a veces, esa mesa familiar es un barril de dinamita al que le han mojado, por ese único día, la mecha que les amenaza. Seré justo, son dos días al año en que se moja la mecha, Navidad y el Día de la Madre.


He llegado a la conclusión de que 1,600 años de buenos propósitos (creo que la Navidad se celebra desde hace ese tiempo) no han logrado gran cosa. Feliz Navidad y guerra, Feliz Navidad y miseria, Feliz Navidad e injusticia, Feliz Navidad y maltrato al más débil, etc., etc. Es decir, que ni el Feliz Navidad, ni la sonrisa que debe acompañarla (como en los filmes gringos donde después de pronunciar su 'Merry Christmas', el tipo se va con una cara de quien acaba de ver un ángel o de completar su buena obra del año) han solucionado hasta ahora, que el mundo sepa, ningún problema. Salvo el hambre endémico de algunas poblaciones pobres -pues, ese día, quienes comen más de lo que pueden digerir- les suelen alcanzar una taza de chocolate que les sirve como alimento ocasional y obra como lejía del alma para quien la entrega.


La solidaridad de un día al año, no es solidaridad. Es circo. Dirán que es mejor que nada. No, es peor que nada, pues, como las teletones, tranquiliza a quienes debieran estar intranquilos por la injusticia de tener tanto ante quienes tienen tan poco. Los justifica ante ellos mismos y eso es injustificable. Si son miserables con su dinero, tengan el coraje de serlo durante todo el año. Dios, si existe, se verá obligado, al menos, a reconocerles su coherencia. En esta Navidad, y en los otros 364 días del año, debemos luchar por que la humanidad reconozca cuatro realidades fundamentales que la religión no enseña específicamente:


1) Tenemos un solo planeta y no tiene repuesto. Debemos cuidarlo como a nosotros mismos, pues él aloja la simiente de la vida.


2) No existen las razas: somos una sola especie, la especie humana, absolutamente iguales en el punto de partida y con diferencias de color, sexo, creencias que, de ningún modo, hacen a un ser humano más valioso que otro.


3) 6,300 millones de congéneres conviven con nosotros, más de la mitad lo hace en la miseria.


4) Poseemos 100,000 millones de neuronas. El potencial de nuestro cerebro es asombroso. Usarlo para vencer prejuicios y hacer justicia es nuestra obligación.


Tomado del Diario "Perù 21" del 23/12/07

domingo, 23 de diciembre de 2007

DESENCHUFADOS, apagones en Trujillo

Especial para díatreinta
Por Aquiles Cabrera


El jueves 6 y viernes 7 de Diciembre hubo varios apagones en la Ciudad de Trujillo después de las 7 de la noche. No fueron programados por Hidrandina, empresa regional responsable del servicio público de electricidad.

La oscuridad nos tomó a todos de imprevisto. Pienso en aquellas personas en sus casas viendo su programa favorito o navegando en el Internet; gente en la calle esperando el transporte público, o de compras en los nuevos malls, así como en los indefensos ciudadanos de a pie en el centro de la ciudad. Acuérdese usted en dónde lo agarró el apagón y qué fue lo que hizo con esos cuantos minutos de oscuridad.

Sentado en la oficina de redacción de la revista Día30, encendí un cigarrillo y recordé que en mi niñez los apagones nocturnos eran frecuentes. Allá, a finales de los años 80, en Lima cuando el terrorismo se acercaba a la capital volando torres eléctricas.

Comprendan que no tenía ni seis años y no sabía nada de terrorismo, presidentes, dólar muc ni mucho menos de perros muertos o coches bomba. Cuando la ciudad se apagaba, toda mi familia se unía a conversar a media luz, con alguna vela o los infaltables en aquella época: candiles de aceite y lámparas de Kerosene. ¿Se acuerdan?

Ya más tarde, echados todos en la cama de mis padres, solíamos escuchar muy atentos, y con mucho miedo, aquellos cuentos de terror que mi viejo sazonaba con ocurrencias de su propia cosecha. Drácula aprovechaba los apagones para secuestrar niños y beber su sangre en el Morro Solar, el hombre lobo se paseaba sin ser visto por las calles limeñas, el cura sin cabeza buscaba por el Puente de los Suspiros su cabeza que se iba rodando al mar, mientras la llorona preguntaba por sus hijos frente a la biblioteca municipal. Thriller de Michael Jackson y La noche de los muertos vivientes eran un chancay de a veinte.

Y así, mientras acabo aquel cigarrillo oscuro y silencioso, observo que en la calle muchos jóvenes caminan con sus celulares encendidos. Desde donde estoy solo se ven pequeñas lucecitas cual luciérnagas del postmodernismo. Me pregunto qué estarán pensando aquellos jóvenes, o quizá solo esperan a que regrese la luz para encender sus computadoras, entrar al Messenger y preguntar a todos sus contactos: ¿y a ti, dónde te agarró?

En realidad, una sociedad sin electricidad sería impensable: semáforos, aeropuertos y refrigeradores ciertamente son tan necesarios para nuestras vidas como el aire que respiramos. En tanto, computadoras, celulares, iPods y mil otros adminículos eléctricos de seguro que nos facilitan la vida. ¿O será al revés? ¿O tal vez sea cierto lo que alguna vez dijo Carlitos Marx "demasiadas cosas útiles hacen hombres demasiado inútiles"?