Adjunto un artículo de César Hildebrandt publicado hoy en La Primera y otro de Rafo León publicado en Somos hace casi un mes para los que aún tienen afición por la lectura. (Con algunas ideas claves resaltadas)
74 a 9
César Hildebrandt (La primera, 27 de agosto 2009)
En Puno, la gripe AH1N1 ha matado a nueve personas en lo que va de este invierno. Pero durante este mismo periodo la neumonía ya ha fulminado –sigo hablando de Puno- a 74 niños menores de cinco años. Por lo tanto: Gripe AH1N1 9-Neumonía 74. Es la goleada mortal más abultada de los últimos tiempos.Y a esto habría que añadir que más de la mitad de las muertes causadas en Puno por el virus de la gripe porcina corresponde a niños. La última de estas víctimas, por ejemplo, era una niña de dos años y ocho meses que no pudo ser salvada en el hospital Carlos Monge.
De modo que hablar de 74 a 9 resulta no sólo idiotamente frívolo sino también inexacto.
Es cierto que la mortalidad infantil ha descendido lentamente en el Perú. Pero aun ahora, después de estos años de bonanza minera y agroexportadora, seguimos siendo un país con cuatro veces más muertes infantiles que las que ocurren en los países desarrollados.
Los números no mienten: 6 infantes de cada mil en el primer mundo, 21 por cada mil en el Perú.
Y, claro, decir 21 muertes por cada cien mil es un espejismo estadístico. Porque ese promedio funde las cifras de Lima y las ciudades de la costa mejor atendidas por la salud pública con el pavor del mapa de la extrema pobreza.
En la raíz de esas muertes evitables está la pobreza. Y la hija mayor de la pobreza, que es la desnutrición. Las cifras dadas a conocer por la Unicef en el 2008 señalan que en el Perú, tras la lluvia de millones de todas las yanacochas reunidas, 27 de cada 100 niños menores de cinco años padece de desnutrición crónica.
Esta es otra deformación de la síntesis. Porque en Huancavelica esa hambre a tiempo completo llega al 49 por ciento de los niños menores de cinco años. Y en doce de las veinticuatro regiones del país la desnutrición infantil llega al 30 por ciento.
Lo más decidor es que la estadística de desnutrición se ha mantenido constante en los últimos diez años. No lo digo yo. Lo dijo el año pasado en Lima, discretamente, Nils Kastber, director regional de la Unicef para Latinoamérica y el Caribe.
-Claro –dirá alguno-, pero lo que no dice el columnista criticón es que la tasa internacional de mortalidad infantil es de 68 niños por cada mil nacimientos.
Y eso es cierto. Y también podríamos decir que, a cifras del 2008, hay 148 millones de niños con hambre en el Tercer Mundo. Y que en Sierra Leona la tasa de mortalidad infantil es de 262 por mil. Y que cada 24 horas mueren, de infecciones prevenibles y diarreas evitables, 25,206 niños (1,050 por hora).
Sí, todo eso es cierto. Pero no sólo está aquello de que a mal de muchos consuelo de tontos. Es que cuando hablo de Puno hablo del mundo.
Porque no somos globales porque la Coca Cola se venda en todas partes ni porque las fusiones corporativas sin nacionalidad prosperen.
Tendremos que ser globales en la solidaridad, en los valores, en el sufrimiento de los otros.
Hemos avanzado (en el 1996 de Fujimori la mortalidad infantil peruana era de 43 por cada mil). Pero no hemos avanzado tanto como fingimos creer. Avanzaríamos mucho más si la política y la justicia social se reconciliaran y la economía y la redistribución dejaran de ser tan enemigas. En suma, si la neumonía infantil de Puno nos arrancara una lágrima.
Hablar por Hablar
Las causas de la mortalidad de los niños por friaje, la inutilidad de conocerlas
Rafo León (Somos 1182, 1 de agosto 2009)
Esto que estoy comenzando a hacer se llama arar en el desierto, ni siquiera recomendación ni nostalgia. Es sembrar en el mar. Tuve una larga charla con una mujer que conoce el altiplano como a su propia alma, ella es puneña, nació y se crió allá, militó en la izquierda y en organismos de derechos humanos hasta que, libre de los corsets setenteros, se dedicó a investigar a su propia sociedad como quien busca en un álbum de familia las claves para acercarse a lo incomprensible. Y eso incomprensible es el Perú de hoy. Pasamos revista a mil temas, me detengo en uno que por sabido ya cansa: la muerte de los niños en las alturas en los tiempos de la helada. Año a año esta historia se repite y suele empezar hacia mediados de abril con una alerta inequívoca: las alpacas de las provincias altas perecen congeladas. Es el turno de los niños. Este año se vienen reportando al rededor de trescientas víctimas infantiles por neumonía, sin contar las de Cusco, Pasco, Áncash y otras regiones donde hay comunidades asentadas por los 3.800 metros sobre el nivel del mar.
Sánguches de frazada y chompa
Mi amiga es de esas personas que a fuerza de conocer y amar una zona del país, ha terminado por saber cómo acaban las cosas. No es que se haya vuelto cínica. Pero tampoco le aguanta cuentos facilistas a nadie. "¿Para qué sirve tanta donación de frazadas y chompas? Yo no sé si se las comen los beneficiados o qué, pero todos los años llegan toneladas de donaciones y al friaje siguiente, otra vez la misma cosa. Y a propósito de friaje...". Me explica mi amiga que año a año la temperatura baja menos en el invierno altiplánico por el calentamiento global; y sin embargo, en una relación inversamente proporcional, la cantidad de niños que muere es mayor. Acá hay algo que no cuadra. Pero antes de dilucidarlo mi amiga me insiste: "si quieres hacer algo responsable, no promuevas que se sigan regalando frazadas ni prendas de abrigo. O en todo caso, no solo eso, hay otra tarea que debería hacerse con mayor urgencia pero creo que ya es tarde". Arar en el desierto, sembrar en el mar.
Saber y nada poder hacer
Las causas de la mortalidad infantil por infecciones respiratorias agudas son humans, no naturales. Hay que buscarlas en ciertos patrones de vida que el tiempo se ha llevado, específicamente en cuanto a vestimenta, construcción y alimentación. Antes las comunidades alpaqueras destinaban parte de su producción de lana a las prendas que los niños usaban desde su nacimiento. Chillitos, chompas. La entrada triunfal del sintético chino, que en los mercados y ferias cuesta medio, acabó con esa práctica. Ahora los bebés se visten con telas que hielan. de ahí a la infección pulmonar, media un resfrío. La construcción tradicional en las alturas se basa en el barro (adobe o tapial), la piedra y el techado con paja (ichu, trigo, dependiendo de la altitud). Los programas de vivienda del Estado tipo Banco de Materiales o Techo Propio han embutido el "material noble", cemento, ladrillo, calamina, que no solamente cuesta diez veces más sino que simplemente no recoge el calor del día para preservarlo por la noche. La gente duerme en congeladoras. Antes los bebés tomaban leche materna por varios meses y luego pasaban a la quinua, al tarwi y a cereales hiperproteicos antes de ingresar al sistema adulto de la comunidad basado en los tubérculos y la carne seca. Hoy el fideo empanza y da la sensación de llenura, con su tuco de bolsa más. Pero los niños se desnutren y de ahí a la muerte por infecciones respiratorias es cosa de horas. El sintético, el material noble y la comida basura se agrupan en un bolsón de delirio y mentira: la medernidad. Esa sacha modernidad es la que mata, no las heladas de San Juan. Es el hombre el asesino, otra vez, en nombre de su insensatez. Y eso, nos lo tememos mi amiga puneña y yo, ya no remite, pasa a nuestra estúpida condición.
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