martes, 9 de noviembre de 2010

No durante mi turno

Los recuerdos que guardo de mi infancia son muy pocos, y casi todos ellos los recuerdo más por las cicatrices de mi cuerpo que me acompañan desde niño, la más grande de ellas surca mi barriga desplazando mi ombligo ligeramente hacia la izquierda. Fue de cuando me operaron del apéndice.

De aquel tiempo existía una foto en la que aparezco a lado de una modelo amiga de mi papá que vino a visitarme para darme apoyo moral, lo único que recuerdo de esa imagen es que yo parezco un esqueleto vivo. Supongo que al recuerdo de esa foto le debo no haber olvidado nunca al Segismundo de Calderón de la Barca en La vida es sueño cuando recitaba: siendo un esqueleto vivo, siendo un animado muerto...

Yo tenía 8 años y vivía en Barranco, Lima-Perú, paseaba con mi familia por el puente de los suspiros, fue mi madre la primera en notar el malestar. Al día siguiente, muy temprano, me llevó a una posta médica que quedaba frente a lo que en ese tiempo era el colegio Mery’s Children, uno de los más pitucos del distrito.

Allí me diagnosticaron Hepatitis y me enviaron a mi casa con una bonita receta médica que debía seguir al pie de la letra.

Y la seguí durante varios días sin ninguna señal de mejora. A la semana y ya con todo el cuerpo amarillo, casi sin poder caminar, sin apetito, y vomitando fluidos verdes y ambarinos, mis padres me llevaron de emergencia al hospital del empleado, de aquel paseo recuerdo que decoré el taxi casi casi a punto de llegar.

Los recuerdos de aquella noche son imágenes borrosas, como fotografías muy antiguas desgastadas por el tiempo: el taxi, la náusea, la sala de emergencias, mi papá llevándome en sus brazos de lo tan débil que yo estaba, un olor raro, los pasadizos, el doctor, sus dedos en mi estómago, los hundía y los sacaba con rapidez, ¿te duele? los volvía hundir ¿te duele cuando los hundo? y los sacaba ¿o te duele cuando los saco?

Yo no me quejaba de nada aunque me duela. A mi pequeña edad ya era un experto en estos casos, esa no era la primera vez que me enfrentaba a un doctor ni muchos menos, claro que nunca me habían llevado a un lugar tan grande, lo normal eran clínicas y postas de salud, pero no arrugué. Decidí que el doctor me caía bien y colaboré en lo que pude respondiendo sus preguntas. Casi sin escucharlo el médico dijo lo siguiente: “Apendicitis Aguda Gravísima, este apéndice está a punto de reventar, si lo traían mañana no hubiese aguantado ni siquiera el viaje en taxi, si lo traían solo una hora más tarde el cuadro de peritonitis hubiese sido intratable”. En realidad, eso tampoco lo recuerdo, pero saco mi línea por el tamaño de las cicatrices y los exagerados recuerdos de mis padres.

De repente me encontré tendido en una cama de hospital con un mandil que me dejaba descubierto el culo y parte de la espalda. Me inyectaron la anestesia. Hasta ese momento todo bien, las inyecciones no eran novedad para mí: vacunas, fiebres e infecciones ya me habían dado la experiencia suficiente para afrontar esta anestesia sin molestia alguna. Incluso creo que me dio risa cuando el doctor empezó a contar: 1, 2, 3, como si esa ampolleta, 4, 5… fuera capaz de tumbarme... 6… 7…

No recuerdo haber escuchado nunca el número ocho. Me quedé viendo la deslumbrante luz encima del quirófano y caí en un profundo sueño.

Cuando desperté, estaba en medio de un pasadizo oscuro y lleno de camas con enfermos de igual gravedad, intenté levantar mi cabeza para ver más allá, intenté. Me dolía todo el cuerpo, no podía moverme, ni siquiera girar el cuello, nunca encontré un final ni un principio a la fila de camas que me rodeaban. Aunque esto parezca un sueño yo no lo recuerdo como tal. La segunda vez que desperté ya estaba en un salón grande con cuatro camas, ufff esta vez me dolía hasta los dientes.

Es extraño pero no fue sino después de muchos años que recién tomé conciencia de que estos recuerdos los tengo en mi memoria como si los hubiera vivido en tercera persona, no sé si me explico, yo me recuerdo nítidamente a mí echado en esa cama, recuerdo que jugaba conmigo mismo, me miraba mi ojo de cerquita y luego me alejaba todo lo posible, hasta el techo, hasta la ventana, nunca podía llegar más allá. Eso sí, no apartaba la vista ni por un segundo de mí mismo.

Supongo que era la fiebre.

Estoy seguro de que no lo soñé. Me da gracia que a pesar de que no podía moverme ni un milímetro, mi espíritu rebelde se las arregló para inventar un juego en aquellas circunstancias tan extrañas.

Estuve internado un mes, y un mes más en mi casa recuperándome. Viví varias semanas con la barriga literalmente abierta. Me miraba mucho al espejo pero ahora lo único que recuerdo es que las paredes estomacales asemejaban el interior de una granadilla. Tuve algunas recaídas, sé que me operaron más veces pero solo recuerdo la primera, ¿cómo olvidarla? las cicatrices me la recuerdan siempre.

Una mañana antes de pasar por el quirófano otra vez de emergencia, recuerdo que me levanté para orinar y algo apestaba, era yo, había pus por toda la cama. Era una infección.

Algunos doctores pensaban que no iba a lograrlo, yo mismo, me la pasé muchos años pensando que lo mejor hubiese sido quedarme ahí, en esa edad en la que todos me hubiesen recordado como un niño hermoso y genio que a los 5 años ya sabía leer y multiplicar. Del hospital me dieron de alta con la barriga abierta y hecho un esqueleto humano, parecía un alien con la cabezota que me manejo y el cuerpecito que me quedó después de tanta operación, fiebres, inyecciones diarias, transfusiones de sangre y complicaciones diversas.

Mi voz se apagó, mi cabello se afeó, mi caligrafía se hizo horrible (hasta el día de hoy) muchas habilidades motoras se me atrofiaron.

Pasarían por lo menos tres o cuatro años para recuperarse del todo, y regresar a mis andanzas de mocoso terrible y jodido una vez empezada la secundaria. Mi madre aún sigue creyendo que fue un milagro de san martincito de porres. Con el tiempo aprendí a amar la vida. "quiero estar bien vivo, no quiero morirme de ninguna manera, tan rico que es vivir" me dijo alguna vez Víctor Delfín y yo le creo.

Todos estos recuerdos regresan a mí ahora que recibo unos correos de la multinacional Kimberly Clark Health Care para difundir una campaña de prevención que protege a los pacientes de Infecciones Asociadas a la Asistencia Médica (IAMM) denominada No Durante Mi Turno en http://es.haiwatch.com

En el siguiente enlace está la explicación a todo: http://prevenciondeinfecciones.com

Comparto esta invitación con ustedes para que apoyen y difundan esta campaña de prevención a través de las redes sociales, twitter, blog, facebook, etc.

"Para nosotros es muy importante lograr comunicar este mensaje a través del mundo por que es un problema que debe ser completamente evitado. Si logramos concienciar a las personas de las Infecciones Asociadas a la Asistencia Médica (IAAM) estoy segura que podremos lograr un cambio positivo para el futuro." Me escribe Claudia Barajas a mi gmail y yo le creo.

El riesgo de infecciones asociadas a la asistencia médica en algunos países en vías de desarrollo es 20 veces más elevado que en países desarrollados.

Las infecciones asociadas a las asistencia médica constituyen un problema que ha alcanzado el nivel de crisis mundial.

En un momento dado, 1,4 millones de personas en el mundo sufren infecciones adquiridas en los hospitales.

Los pronósticos muestran que en países desarrollados al menos uno de cada 10 pacientes se perjudican mientras reciben atención hospitalaria.

2 comentarios:

  1. Yo llevo tres cicatrices en la pierna derecha productos de una travesura de niño que me llevó de emergencia a la sala de operaciones.
    Pero, en mi caso, yo no recuerdo mucho; más es lo que yo mismo me invento que lo que realmente he conservado en recuerdos.

    saluos!!
    (ah, sí, respecto a la campaña: la labor del médico es de inmensa responsabilidad)

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  2. Tu naciste con cicatrices!!!
    Yo tengo una en la frente.Exactamente, donde le llaman el tercer ojo. Te invito a mi blog, a leer algunos relatos.
    Saludos!
    @ciquecu

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