Giselle Klatic
Este es el relato de una aprendiz de golf, que después de meterse en el hoyo, decidió tomar clases de fotografía digital, solo para eventos deportivos, y dejar el golf para aquellos que les sobra la paciencia y el buen humor.
Cuando me dieron la tarea de conocer a fondo el mundo del golf, decidí hacerlo con el esmero y la inocencia de un principiante, y sin ningún reparo –aunque me tacharan de ignorante– me dediqué a preguntar desde qué era un swing hasta cuáles eran las reglas más sofisticadas de la etiqueta. En ese afán por aprender de golpes –cuantos menos mejor para el golf– palos, bolas y hoyos; conversé con jugadores, entrenadores, capitanes, dirigentes y, por supuesto, con el mejor amigo del golfista: el caddie.
¿Acaso podríamos imaginar a un boxeador sin aquella persona que lo asiste en cada golpe, le seca el sudor y la sangre y lo aconseja para el siguiente round? Pues en el golf sería inconcebible ver a un jugador sin ese alguien que lo acompaña a lo largo de las cuatro horas que dura un recorrido normal de 18 hoyos, convirtiéndose en el consejero ideal, terapeuta emocional, experto en cargar con los pesares ajenos y dar la voz de aliento en el momento más oportuno. Sin duda, el caddie es el único hombre que puede ser digno de adjudicarse, para su honra, aquel dicho que enaltece a las mujeres (detrás de un gran hombre hay una gran mujer) y que en este caso profesaría: detrás de un gran jugador de golf hay un gran caddie.
Según la historia de este elegante juego de monarcas europeos, María I Estuardo, nieta del rey Jacobo IV de Escocia, llevó el golf a Francia, en donde fue educada. Sus ayudantes en el campo eran conocidos como cadets (alumnos) y este término se adoptó luego en Escocia e Inglaterra y se convirtió en caddy o caddie. De hecho, hoy en día, algunos caddies, más que alumnos pueden ser considerados maestros, ya que para muchos principiantes –como me comentó Carlos Zapater, capitán del equipo masculino de Los Inkas para
Fidel Esteban Barrientos Briceño –así fue como se presentó– es el nombre del caddie que accedió, gentilmente y con los modos de un caballero, a acompañarme en mi largo peregrinaje por el campo de golf del Club Los Inkas, y absolver todas mis curiosidades como: ¿Cuál es la utilidad de las lagunas? o ¿Por qué hay esos huecos de arena que malogran el paisaje? Al principio fue muy formal y ceremonioso, pero luego, conforme fuimos tomando confianza, pasó a ser un amigo incondicional, dispuesto a seguirme sin descanso, y hasta a servirme de modelo en mis afanes por capturar las peculiaridades de un deporte que para mí –debo confesarlo– significaba hasta ese momento un juego fácil y carente de esfuerzo físico. Luego, Esteban me explicaría que las lagunas sirven para el riego de la cancha y que aquellos huecos de arena se llaman bunkers, obstáculos hechos adrede, para hacer que el juego se vuelva más difícil y emocionante.
Descubriendo el green
Mi paseo de aprendiz se inicia con una sesión corta de preguntas íntimas, que Esteban responde con un poco de timidez (su padre había sido mayordomo y luego jardinero del Club
Efectivamente, después de mis coqueteos con el driver llego hasta una porción del campo en forma redonda, en donde el pasto es suave, pequeño y extremadamente verde, tanto que parece de mentira. Ese es el hoyo 9, me dice, y yo le pregunto, con respeto, si es que puedo pisar esa alfombra inmaculada que parece tener un dueño –una banderita flamante me dice que ese espacio ya está conquistado. Cuando entro me siento transgresora, una intrusa que está metiendo las narices en el espacio más sagrado y memorable para un jugador de golf: el green. Pero tengo que sacudir rápidamente esa sensación, hay que hacer la foto –que a mí, grandiosamente se me había ocurrido– de la pelotita entrando en el hoyo. Y cuando estoy a punto de preparar la escena ficticia, veo a "mi" caddie llamándome la atención alarmado porque un par de jugadores está apuntando hacia mí. Yo lo sabía –me digo a mi misma– sabía que no podía profanarlo. Así que tengo que hacer un backspin (1) antes de que sea fulminada por uno de aquellos misiles disfrazados de inofensivas y delicadas bolas de golf. No importa, me dice Esteban, vámonos a otro hoyo. Pero ya se están acercando Isabel Tabja y Alejandro De
Ellas están jugando un scramble. El caddie que los acompaña me explica que es una modalidad en la que cada jugador hace un tiro, y en el siguiente, usan la bola que está en mejor posición. Primero juega él pero no logro capturar el instante preciso, anterior o posterior al lanzamiento. Le toca a ella y posa gentilmente para mí, se queda quieta antes de hacer el tiro, pero tampoco logro sacar la foto soñada (soy fotógrafa y debo confesar que es una de las escenas más difíciles que me ha tocado tomar, sobre todo con una cámara digital automática, que cuando se aprieta el disparador, realiza sus cálculos de distancia y enfoque y mientras tanto yo pierdo la jugada maestra. Creo que sigo perteneciendo a la raza de fotógrafos que prefieren las tradicionales cámaras mecánicas).
Isabel me invita a que suba a su carrito y yo voy con la esperanza de llegar al green y tomar la foto de la pelotita entrando en el hoyo, ya no desperdicio más disparos en tratar de tomar la de los swings, se me puede acabar la batería. Mientras tanto, Esteban viene caminando, cargando la bolsa de los palos como si él fuera realmente mi caddie. Yo me siento alagada y por un momento me creo el cuento de que soy una verdadera golfista, y me imagino en Palm Springs, la capital mundial del golf (dicen que tiene 30 canchas de golf mientras que aquí en todo el Perú sólo hay 13), jugando en un campeonato mundial de scratch (2), empuñando el driver más potente y haciendo el swing –chuequísimo para mi gusto– más amplio y suave, como el mismísimo Tiger Woods. Y en ese lanzamiento hago un albatros (3), no, mejor un espectacular hoyo en uno y gano el partido.
Llego antes que los jugadores y espero a que hagan sus tiros. Me despido e Isabel se ofrece gustosa a ayudarme en todo lo que necesite saber acerca del juego. Es increíble, me admira la amabilidad de todas las personas con las que me he topado en mi recorrido por el mundo del golf. Los amantes de este deporte parecen estar hechos de otro material. No me extraña, si diariamente uno pudiera respirar aquel aire puro del campo y de admirar el hermoso paisaje que rodea a cualquier jugador, los seres humanos nos volveríamos más pacíficos y menos gruñones.
Me quedo feliz, dispuesta a hacer la foto, que ya se había convertido en un capricho más que en una necesidad. Pero ¡zaz! Hay un grupo de jugadores que vienen hacia nosotros. ¡No puede ser! Empecé a creer que los greens eran tan dignos y perfectos que no permitían salir retratados sin un juego de por medio y por una fotógrafa supersticiosa.
Camino de regreso
"Mi" caddie y yo volvemos caminando, a paso lento, yo admiro el paisaje y tomo algunas fotos a ciegas, ya que el sol de las cinco y media de la tarde no me deja ver la imagen de la pantalla de mi cámara (mi inexperiencia con las digitales hace que olvide que además de las pantallitas, algunas de estas cámaras también tienen visores). Me fascino con el reflejo de la vegetación sobre la laguna, con el manto verde que se extiende y parece infinito, con el canto de los pájaros que se escucha en aquel silencio embriagador. Creo que el golf es el único deporte que te permite estar en paz, reflexionar y disfrutar contemplando la naturaleza. La voz de Esteban me hace volver de ese ensueño para indagar acerca de mi trabajo, ahora él se convierte en el periodista y me pregunta acerca de mi vida privada. Yo le contesto que soy divorciada y que tengo una hija. De pronto, cambia súbitamente el señorita por el señora –que por cierto no me queda nada bien– y me invita a su iglesia para que participe de una misa evangélica. En ese momento llegamos al hoyo 6 y por fin puedo hacer la toma que me ayudará a graficar esta nota.
Son las seis de la tarde y estoy cansada. El golf me ha enseñado que, además de ser una excelente terapia porque te hace olvidar los problemas –palabras del propio Esteban– , es un buen ejercicio.
Me despido de mi caddie, el mejor que pude tener, el más atento, paciente, colaborador y creyente. El creyó en mí y yo le dedico este relato, con mi mejor swing.
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1. Efecto de retroceso que se imprime en la bola. Una vez que la bola cae sobre el terreno, regresa en sentido opuesto a la trayectoria del golpe.
2. Categoría en donde se ubican los jugadores con menor handicap.
3. Embocar la bola con tres golpes menos del par del hoyo.
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