“Y si te vas, me voy por los tejados como un gato sin dueño…”
Joaquín Sabina
Sobre la azotea de su casa hicimos el amor. Primero fue jugar a mojarnos y después desvestirnos sin dejar de jugar, tanteando sobre nuestras ropas el pulso de la sangre, guiados como por el deseo y la sospecha de encontrar bajo ellas la felicidad. Era un juego, era verano, estío, y nosotros, los héroes y cómplices de nuestras guerras cotidianas sin Waterloo ni Golfo Pérsico, una azotea nada más para el fervor adolescente y el amor de un cuerpo sobre otro…
A millones de kilómetros, desde algún satélite que flota ingrávido alrededor de la tierra, Trujillo es un punto rojo que se agiganta a cada clic, clic, clic... La vista es estimulante, el gran plano general de esta ciudad luce como un mosaico de colores sucios y opacos, un sin fin de bloques minúsculos y caminos paralelos y enrevesados que asemejan un pequeño laberinto sin Minotauro ni Teseo, solo gente común transitando con el anhelo de seguir el destino por sus calles.
Desde arriba las azoteas de Trujillo parecen tristes, todas ellas descoloridas, polvorientas, olvidadas. Un poco más cerca, desde otra azotea (desde otra orilla, como si las azoteas fuesen islas que emergen del vacío), es fácil comprobar que la vida en ellas existe y transcurre entre la necesidad cotidiana de tender la ropa y la metafísica fascinación de mirar el cielo.
…desde su azotea mirábamos el cielo, tendíamos la ropa, contábamos historias, nos decíamos mentiras, espiábamos a los vecinos atrapados en la rutina de lo cotidiano, nos burlábamos del resto, nos reíamos de todo; ella me quería. Desde su azotea el mundo era un secreto todavía por descubrir…
Sobre las azoteas las cosas son un tanto irreales. Sobre los techos de esta ciudad la frontera de lo verosímil ha quedado rebasada, desde aquí es la otra cara de lo cotidiano lo que se observa, lo improbable, lo secreto, lo solamente posible entre la azotea y el cielo.
Andar por los techos de esta ciudad, intelectuales, lúdicos u holgazanes, nos libera del peso, del paso y del piso común sobre el cual todos los mortales andamos, hasta elevarnos a la condición de seres impúdicos, obscenos, soñadores, profanos, desterrados de la superficie a las alturas incensurables.
Azotea se define como cubierta más o menos llana de un edificio, dispuesta para distintos fines; definición que abarca aplicaciones casi infinitas, limitadas por el ingenio de quienes las habitan, que van desde cazar ovnis en una noche despejada a cultivar vegetales todo el año.
Trujillo sobre las azoteas es la muestra del ingenio devastador de una sociedad calamitosa, que en el desorden florece, fascina y libera. Sobre las azoteas Trujillo es un perro que ladra, los muebles viejos, el cemento, la pintura y los ladrillos de la construcción; tendedero, jardín, bio-huerto y también lavandero; antenas de radio y televisión, paneles publicitarios, el cuarto de la empleada, observatorio espacial, los topless de mi vecina, mi primer porro, tabernáculo, pent house, altar de sacrificio para suicidas y tontos, libertad, inspiración, verte a lo lejos, área nudista, cénit, cajas de cerveza, parrilladas, olor a comida, gatos, clandestinidad y voyerismo. Acá somos nudistas, cantantes, astrónomos, lo que se nos dé la gana; literalmente el cielo es el límite y la vergüenza, un eco ilegible que nos llega desde las calles.
…Ella tenía las uñas cortas y el pelo pintado, se quejaba de las uñas, pero a mí me gustaban más que el pelo, en verdad esas cosas me importaban poco, ella era de las mujeres que uno ama con los ojos cerrados, Venus Calipigia, de ébano y canela, nosotros éramos los que hacíamos ruidos y andábamos por las azoteas solo porque era más fácil que andar por las nubes y casi igual de estimulante…
Desde acá el mundo es una sospecha, la vida un rumor. El claxon de los autos, el murmullo de la gente, las sirenas de los bomberos, las campanas de la iglesia, los micros en los paraderos, el avión que cruza el cielo, nada más una sospecha y un rumor. Desde acá la ciudad es asfalto, concreto y tierra, verde casi nada; mi ciudad es como un circo sin carpa, un show patético y conmovedor, una orquesta que desafina, gente que va y viene, extraños, conocidos, indiferentes, payasos, magos, domadores de leones y saltimbanquis en las avenidas.
Todo sobre la tierra está hecho de cabeza al cielo, los hombres y los edificios en algo se parecen; azoteas pobladas de estorbo, campo de acción para las malas costumbres, lugar de nefelibatas sin un lugar al ras del suelo; quizá si Freud viviera diría que las azoteas son la representación de la salud mental de quienes las habitan. Mientras pienso esto, también se me ocurre que si Dios vuelve alguna vez al mundo su primera escala será en la ‘Torre Dubai’, sobre la azotea más alta del planeta; felices los kuwaitíes que serán los primeros.
Sobre la azotea he sido voyeur, amante, poeta y también prófugo; mi azotea ha sido mi ágora y mi escondite. La noche está nublada, aburrida, espero que llueva, vuelvo la mirada, los postes reflejan su luz ambarina sobre las veredas vacías, recuerdo un verso de Yeats, “I would mould a world of fire an dew” y la ciudad parece una maqueta diseñada en el orden relativo del caos.
…La última vez ella no vaciló, se paró sobre el alfeizar, extendió los brazos, yo tuve miedo, dio un paso, me dijo ven, me sonrió, yo la seguí, recordé el Vuelo de los Cóndores de Valdelomar y miré para abajo… vértigo… desde acá la muerte es caída libre, una línea vertical, un ángulo recto… y la vida perdura lo que tarda la muerte en saludarte con su beso de acera fría. Esa fue la última vez.
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