Poemario
Comparto con ustedes (y en exclusiva) el prólogo escrito por
ÁNGEL LAVALLE DIOS.
I
Nostalgia por el ser
El del poeta es el camino del hombre; es un tránsito desde las sombras hacia la luz, desde la noche hacia el sol del amanecer, en una individual dimensión bipartita: primero, en el tiempo presente, la autoconciencia de los propios interiores, autopercibidos en agitada lucha permanente en una plétora de temores, de ausencias, de premoniciones y de anhelos, a causa de las muchas incertidumbres, pero, también, de las previstas posibilidades que se vienen concretando sobre el mar de fondo del amor y de una prometida y presentida eternidad; y, segundo, hacia atrás, la certeza que alcanza el poeta para decirnos que la "pesadilla" de la vida empieza al nacer y que seguirá como tal, en tanto, no haya una purificación de los sentimientos. Lo anterior es lo que se lee, desde la primera a la última líneas del poemario.
En auxilio del poeta acuden, y se registra, una multiplicidad de referentes que son muy pertinentes para conducirnos hacia sus preocupaciones centrales, expresadas como una nostalgia por el ser del poeta, que es igualmente una nostalgia por el ser del hombre, que aquél autopercibe y lo siente, como dicha y como felicidad, pero ausente; sin embargo, ausente no porque nunca estuvo, sino, porque habiendo estado, se ha ido y lo ha, nos ha, dejado. Este es el punto crucial, origen de todas las laceraciones del poeta y del hombre, asumido como una compleja unidad individual, que sólo alcanza plenitud en la ubícua e interactuante alternancia del "tú": nuestros semejantes de la urbe, la mujer amada, las madre, los (las) hijos – hijas, el paisaje nocturno, en especial, como reducto y como "rincón", con oscuridad, pero con estrellas; y el paisaje del amanecer como incitación y como solución de la noche. La plenitud referida, la percibimos como la solución de continuidad a la dicha "perdida" que, en el poeta es "…ganas ubérrimas/ de volver a ser niño"; o, niñez que inexorablemente, según el poeta, "…se diluye en la transfiguración del tiempo"; pero, asimismo, percibimos esa plenitud, como "apostasía", para usar la propia expresión del poeta, y que significa "la falta- o pérdida- de fe en Jesucristo"; signo, este último, de la autoconciencia de incertidumbre y soledad del hombre contemporáneo, carente de "absolutos".
II
La palabra como puente y el espejo…
"Sortilegios" se entiende, literalmente, como "leer la suerte". Esta "lectura", se puede realizar, obviamente, en diferentes planos. Pero, en el caso de Alfonso Sánchez Mendoza, es explícito el plano poético escrito. La palabra escrita es, en este caso, el puente y el espejo… Puente a través del cual el "inconciente" emigra desde bien adentro del "yo", trayéndonos el "ser"; o, dicho de otra forma, es el puente que usa el "ser" para transitar de la oscuridad del "inconciente" a la luz de la "conciencia", y mostrársenos o mostrarnos a nosotros mismos, cual espejo singularísimo e insustituible. Este tránsito, sin embargo, no discurre por un océano pacífico, sino a través de un proceloso mar, en disputa permanente entre dos intransigentes y seculares espadachines, la "razón" y la "fe". Es el destino del hombre como tal, azuzado en los tiempos actuales en que la "razón" viene inundando, progresivamente, con su luz los "rincones" de la fe, del sentimiento, del alma, allí donde habita y se asienta lo más "querido" por nosotros.
Sintomático y, a la vez, significativo que este poemario vea la luz y nos traiga las hesitaciones del poeta, tras la cordura "perdida en mi sombra del mediodía", o, como diría Walt Whitman, "en mitad del camino de la vida". Edad nuestra, la del mediodía, en que muchas cuestiones empiezan o terminan por aclararse; y de lo cual, no todos nos hacemos concientes y no todos decidimos, final y valientemente, compartir. En el caso de Alfonso Sánchez Mendoza, no obstante todos los sinsabores vividos y percibidos en la vida, no todo está perdido; al final del túnel, una luz se anuncia siempre: "El sol de un nuevo amanecer", que no llega porque sí, sino que debe llegar, siempre y cuando sea permanentemente "re-inventado", como "re-nacimiento" permanente; y, de pronto hasta como "re-torno", sobre los seculares acicates de la paz, el amor, la eternidad y Dios; sentidas vías, todas las anteriores, de "re-encuentro" con nosotros mismos, en la agreste "geografía" de nuestro ser, tras las "heladas brisas" del silencio, del espacio y del tiempo.
III
De ecos y nostalgias…
A estas alturas del análisis y de la historia social, del arte y de la filosofía, Alfonso Sánchez Mendoza sorprende con la claridad y la naturalidad de su estro. Europa de las post – guerras, se adentra, allende la epidermis, en busca del ser; el existencialismo, en especial el heideggeriano, y la fenomenología filosóficos, actualizan las incursiones griegas parmenídeas sobre el mismo tema, y en la misma dirección tornan el neopositivismo wittgestteiniano y el estructuralismo de factura foucaultiana; la psicología freudiana y tras ella la psiquiatría psicoanalítica. Son, también, los escenarios en los que se desenvuelven Joyce, Kaffka, Camus, el mismo Sartre literato y, más recientemente,
Los anteriores son los caminos a los que retorna, también, la post – modernidad europea: todos ellos, tras la región metafísica por vía del lenguaje connotativo, luego que la ciencia se hace conciente de sus limitaciones en la vía denotativa, incluso en la sintética , según formulación kantiana. Más al extremo aún, para la post – modernidad la "razón" resulta insuficiente como faro, pues, su lumbre mengua en tanto descendemos más a las profundidades del ser. Recobra, entonces, primacía la presencia alterna y dialógica del "otro", única posibilidad para "entender", para "comprender" el mundo y la vida, es decir, la "realidad". Y, mejor aún, si con ese "otro" logramos entendernos hablando, no por escrito. La post – modernidad pretende guiarnos más allá del significado, tras la plenitud del sentido, y para esto, el mejor lenguaje no es el de la ciencia, sino el de la poesía. Si la morada del ser es el lenguaje, como quería Parménides, es el lenguaje polisémico el que nos acercará a los más variados matices del ser. En consecuencia, si no hay un solo sentido, tampoco habrá un solo centro, ni una sola tradición y, obviamente, ni una sola forma de sentir. Los márgenes de la libertad, entonces, son ilimitados y deben ampliarse y vivirse en las más variadas de sus ricas expresiones, pero tras la brega, tras la lucha, tras las "pérdidas y los descubrimientos", como quiere nuestro poeta. Y, en estas idas y venidas, Dios tampoco permanece, muere para luego resucitar. Esta es también la impronta de la post – modernidad (con antecedente nietzscheano), y la de nuestro poeta, para quien, "aún hay Dios en el horizonte", como "…el Cristo" que vuelve a llorar, hoy "más desconsolado que en Getsemaní".
Alfonso Sánchez Mendoza se insinúa como lírica madera de bellos arpegios, cuando canta "...los faroles apagados de mi rostro", o, "…treparme por las lianas de lluvia/ Que caen de tus ojos". Y déjase sentir, así, cerca de Martín Adán, entre los peruanos; y, entre los liberteños, va tras las huellas de Rogelio Gallardo Bocanegra, de Santiago Aguilar de "Tempestad de la nada", de Luis Eduardo García de "Teorema…", de Lizardo Cruzado de "Este es mi cuerpo", de Ángel Gavidia de "Fuera de Valija"; entre otros, extendiendo las siempre frescas lianas de la tradición poética norteña.
Trujillo - Perú 2009.
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